Soy alguien quien cree en los
sueños. Aquellos que le dan vida al cielo durante las noches y cuyo brillo hace
que escritores como yo se pierdan en los mares de la imaginación e
incertidumbre.
A mi parecer, con cada sueño,
nace una estrella y con cada sonrisa, nace un sueño. Y es por eso que les
traigo esta vieja historia que puede o no ser verdadera, dejaré que ustedes lo
descubran.
En cierto periodo de la
historia, el mundo se vio entristecido por la oscuridad que se apoderaba de los
cielos. Aún perdura en mi mente el silencio. Era lo que más se distinguía sobre
todos los males que acechaban a las personas. Eran días tristes, y para cuando
nos percatamos de la gravedad de la situación, incluso la naturaleza se sumió
en un constante deterioro que acabó con el último rastro de belleza.
Tomé mis cosas y escapé a
tiempo, dejando lo grisáceo atrás y retornando a las raíces del mundo. Es lo
que necesitaba. Saber que todo aún no estaba perdido y que un rayo de luz
surgiría sobre mí para indicarme la verdad, un rayo de esperanza.
Al cabo de unos días llegué a
un pequeño pueblo a orillas del mar profundo. Estaba conformado por antiguas
casas de madera, deterioradas por las tempestades, pero cuyos hermosos colores
aun permanecían tan vivos, como las sonrisas que me recibieron al cruzar la
entrada del lugar.
Bajé lentamente y sentí como
la brisa marina llenaba mis pulmones una y otra vez y luego, como si el mismo
viento me guiara, comencé a caminar por un sendero que parecía guiarme a la
costa.
Llegué de un salto hacia la
arena suave y cálida, descubriendo ante mí las maravillas del mar y el silencio
más perpetuo, pero hermoso que había vivido jamás. Y por esa razón decidí
recostarme un segundo sobre la arena cálida y así dejé que mi mente fuera y
viniera al ritmo del gran azul.
- Disculpe señor, ha visto un caracol en
esta playa? - Abrí los ojos exaltado y casi asusto a la pequeña niña que se
hallaba frente a mí, estática, esperando una respuesta, con una sonrisa.
- En realidad no pequeña, porque? - . Me
observó con una sonrisa aún más grande y abrió su mano - Yo tengo varios, me
preguntaba si tendría otro más para mí -.
Era muy pequeña y
llevaba un vestido tan blanco que me resultaba sorprendente que eso en
realidad, no fuese un sueño. Y cuando me disponía a levantarme para buscar a su
madre, se sentó junto a mí y ambos contemplamos en silencio el paisaje frente a
nuestros ojos.
- Es muy azul cierto? - dije
- Mi abuelo dice que es el mar es lo más
hermoso, sabe porque? - La observé con seriedad, una pregunta bastante curiosa
ciertamente. - Porque promete libertad y la concede -.
Seguí observando, pero esta vez dejé que
mi mirada se perdiera aún más en la distancia, esperando descubrir algo que
quizás en realidad existiese.
- También me dijo un secreto -. Volví a
observar su rostro, esperando una pronta respuesta pero en cambio, se levantó
con sigilo y se fue corriendo. - Oye niña, cuál es ese secreto.... - ya no
estaba allí, había desaparecido junto a él.
Estuve recorriendo las costas
de aquel lugar hasta que el sol desapareció tras el horizonte. Ni un solo caracol,
ni una sola niña, este lugar escondía un gran misterio cuya respuesta me era
imposible hallar. Y al cabo de varias horas, caí exhausto sobre la arena fría.
La brisa cálida se volvió fría y el cielo nocturno se iluminó poco a
poco.
- Disculpe señor, por casualidad tiene un
caracol para mí? - Me levanté rápidamente esperando ver a la niña, pero en cambió
observé como un señor de edad se acercaba y estático se colocaba junto a mí. -
Pues es una bella noche para buscar caracoles -.
- Si señor, eso creo pero..... - No ha
visto ninguno cierto? -
Me observó con una sonrisa y me invitó a
volver a sentarme.
- Escuche atentamente. Primero cierre los
ojos y después escuche -
Seguí las órdenes del señor,
y cerrando los párpados lentamente dejé que mi mente navegara mar adentro y se
perdiera en el océano estelar. Sentí como millones de luces me rodeaban con
cada movimiento del barco y de pronto las sentí tan cercanas, que su luz ya no
era la misma. Acerqué una de ellas con mi remo y vi algo más, algo que me
sorprendió por completo. Dentro, podía ver la imagen de una niña descansando en
paz en su cama. Tenía una sonrisa dulce y pacífica y podía observar como su
rostro cambiaba y se llenaba de felicidad. La luz aumentaba poco a poco y para
cuando me percaté de lo que sucedía, ya no me encontraba en un océano, sino en
una gran pradera y ese, fue el momento en que lo descubrí todo.
Sentí algo húmedo en mi
rostro y cuando abrí los ojos, un pequeño perro olfateaba al extraño que se
hallaba en su territorio. Me levanté lentamente y me di cuenta de que había
pasado toda la noche allí, pero algo fue diferente, algo había cambiado y lo sabía
con certeza.
Tomé mis cosas, conducía por
el mismo camino por cual había llegado y al cruzar la última colina me impacto
el color verde de los pastizales y la majestuosidad de los árboles.
He ahí señores, el gran secreto.