- - Gracias
por el corte Don. También por escucharme, se que no es fácil para nadie
soportar todo lo que digo –
- - Descuida,
con el tiempo se aprende a escuchar -
Se despidió haciendo un gesto
con el sombrero y se marchó como todos hacen, con la frente en alto, como si el
hecho de visitar la barbería, les hubiera salvado la vida.
Y es que, después de tantos
años, uno aprende junto con el oficio que hasta las mejores personas tienen sus
problemas, y esperan poder ser escuchadas.
Fue una mañana triste y
desolada, cuando un vehículo largo, oscuro y bastante cargado aparcó en la
entrada. El gobernador parecía exhausto y cansado de la vida. Con sus apenas 50
años, llevaba una gran carga en la espalda que lo había envejecido bastante. Se
quitó los lentes y el sombrero de vaquero, los dejó sobre el sofá desvencijado,
y le dio un fuerte abrazo a su barbero
de toda la vida antes de sentarse.
- - Si
será dura la vida hermano, que estos cuatro años casi han acabado con mi vida-
Ya lo sabía. Se había divorciado
y a duras penas conseguía ver a los hijos. El cabello canoso empezó a caer al
suelo mientras la charla se centraba en los encuentros deportivos y la política
del estado. No había mucho de que charlar ya que no ocurrían grandes
acontecimientos con frecuencia, pero esa tarde, aquel hombre dejo salir hasta
el último de sus secretos y temores.
- - Sabe
señor, las cosas nunca son fáciles, y se lo dice un barbero ocasional –
- - Siempre
das buenos consejos Don, pocos hombres saben escuchar como tú – dijo al tiempo
que se acomodaba
- - Cosas
del oficio – . Tomó algo de su bolsillo, me lo entregó y me dijo que lo leyera
cuando él se fuera y lo entregara a las autoridades
- - El
caso es que necesitaba a un amigo, espero que cuando salga por esa puerta, aun
sea así –
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